No se oye nada. Es como si estuviera en el oscuro fondo del mar. No hay nadie. Es oscuro, muy oscuro.
Para ser sincera, a mí me da igual si toca el piano o no. Pero si lo deja, quiero que lo deje porque quiere. Me duele verlo así, es como si lo hubiera dejado a medio camino.
Te enamoras de la comida, te enamoras del violín, te enamoras de la música. Por eso resplandeces tanto. ¿Cómo se llamaba este sentimiento? Probablemente... Probablemente se llame admiración.
Cuanto más me concentro, cuanto más me entrego, el sonido que toco se retuerce, como una flor arrastrada por el viento primaveral, hasta alejarse y desaparecer.
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La violinista que acabó su actuación se dirige hacia aquellos que la esperan. Se desliza entre la multitud cargada con flores. Es como la escena de una película.