El nuestro es un mundo de gigantes nucleares e infantes éticos. Sabemos más de la guerra que de la paz, de matar que de vivir.
Esos salvajes murieron duramente, como lobos heridos y acorralados. Eran sucios, ruidosos y olían. Y yo los quería.
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No hay manera honorable de matar, no hay manera gentil de destruir. No hay nada bueno en la guerra, excepto que acaba.
Pues el Ángel de la Muerte extendió sus alas al viento, y posó su aliento sobre la cara del enemigo al pasar, y los ojos de los durmientes se tornaron muertos y helados, y sus corazones antes latientes, ¡ya por siempre parados!