Año 1. Simplemente grité de dolor. Entre ventiscas y tormentas, las llamas no se apagaron.
Año 3. Vagué mientras escupía sangre. Incontables veces me mordí la lengua para tratar de olvidar el dolor.
Año 5. Mi cerebro se acostumbró al dolor y mi cuerpo recuperó la libertad de movimiento. Las llamas aún evitaban que pudiera respirar apropiadamente.
Año 8. Aprendí a controlar mi regeneración. Tuve éxito en sacar las llamas de mi rostro juntandolas en mi cuerpo. Después de tomar un buen respiro en mucho tiempo, formé un puño.
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