En el pasado cometí un terrible pecado. Fue hace mucho tiempo; un pecado que no puedo cambiar. Libraba una lucha sin fin. Pensé que lo que hacía salvaría al mundo… y necesitaba ayuda. Por eso acudí a Serah. Mi única familia, mi hermana pequeña… La envié a su muerte. Sabía que nunca podría perdonarme algo así, pero rogué con toda mi alma poder enmendarlo algún día. Soñando con el día en que nos volveríamos a reunir, me sumí en un letargo tan oscuro como la muerte. Pasaron siglos. Una eternidad tras otra. Y entonces… Un día, la luz me inundo. No tuve ninguna duda. Era el altísimo quien me hablaba. Omnipotente y omnisciente. Regidor del mundo y los cielos. Bhunivelze. La Luz, tan cálida que incluso templo mi piel, era su voz. Él me revelo mi misión. Habría de ser su sierva. Y si cumplía con su empresa haría de mi recompensa un milagro. Me dijo que ella volvería a la vida. Mi hermana. Serah. Al fin podría recuperarla. Así fue como el Altísimo me encomendó rescatar almas perdidas y guiarlas hacia un nuevo mundo. Así me convertí en el Redentor.
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