Dios y él caminaban juntos, dejando tras de sí sus huellas en la arena. La luz del cielo brillaba sobre las huellas de sus vidas. La alegría y la felicidad brillaban sobre los dos pares de huellas. Sin embargo, en los momentos confusos y de desesperación, en los momentos de aplastante tristeza, en los momentos de insoportable dolor, sólo había un par de huellas.
Querido Dios, durante esos momentos de alegría y felicidad, durante todo ese tiempo, tú estabas ahí para mí. Sin embargo, cuando más te necesitaba, ¿por qué no estabas ahí para mí?
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