Siempre maldije mi vida. Tenía una ira, unas preocupaciones, y un odio incontrolable. Pero cuando me paré y miré el cielo, me di cuenta de lo pequeña que era. Vi que allí se extendía un mundo infinito. Los rayos que caen e iluminan a alguien tan pequeño como yo. Es como si se fueran a purificar mis pecados bajo la apacible luz de la llovizna. Por primera vez, me alegré de haber nacido. Por fin pude perdonarme a mí misma.

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