No hubo hostilidad, temor ni desprecio. El primer adulto que me sonrió fue alguien aún más desalmado que yo. Yo, que hasta entonces había sido un perro callejero, me había convertido en un perro guardián.
Antes nadie me necesitaba, y me odiaban. Pero al sentir que era necesitado por alguien, me hizo feliz, aunque fuera por ser un perro guardián.
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