El agua está viva. Incluso cuando la superficie del agua se extiende en silencio, cuando ni siquiera las ondas débiles pueden verse, sólo contiene la respiración, como si estuviera esperando a su presa. Y, si entras en ella, provocando simplemente una leve salpicadura, en ese mismo instante ella sacará sus colmillos y te atacará. Se envolverá alrededor de tu cuerpo, tratando de robar la libertad de tus extremidades. Cuanto más se lucha, más fuerte y persistente se vuelve, y en poco tiempo, todas tus fuerzas se agotarán. Sin embargo, si no luchas contra ella, el agua estará en calma. A partir de ahí, clavas las puntas de tus dedos en la superficie y creas una grieta, entonces, haces que tu cuerpo se deslice por esa grieta: los brazos, la cabeza, el pecho... No rechaces el agua, acéptala. No niegues el agua, reconoce su existencia. Lo importante es sentir el agua; con tu piel, tus ojos, tu alma... Sin dudar nunca de cómo te hace sentir. Cree en ti mismo.

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