Mi técnica mejoraba, diez años, veinte, treinta, cincuenta años... mejoré mi destreza, más y más allá, incluso más allá de donde prodía ir; despertando algo en el interior de la hoja, eso que permanece dormido en el acero, la pureza del blanco, la profundidad del azul... un azul tan magnífico como el cielo del verano.

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